Por David Ramírez

Fotografía: John H. Popper
“Hoy lucho a solas con la palabra. La que me pertenece, a la que pertenezco: ¿cara o cruz, águila o sol?”
— Octavio Paz, Águila o sol
Mártes 16 de Junio, 2020
Para la mayoría de la gente, el lenguaje es un hecho. Todos crecemos en circunstancias culturales particulares, que nos permiten aprender cómo comunicarnos con el mundo inmediato a nuestro derredor. Esto cambia radicalmente cuando vamos a otra parte del mundo, fuera de nuestra comunidad lingüística, y el lenguaje del otro nos llega a ser ininteligible. Esto aún se percata por gente que comparte una misma lengua, especialmente una que se ha diseminado ampliamente. Un viajero de España a México se dará cuenta de usos y frases con los cuales no está familiarizado, incluso algunas de las mismas palabras pueden tener significados totalmente distintos en ambos lados del Atlántico. Esto al nivel empírico puede ser evidente a cualquier español nativo que haya tenido la experiencia de la versión americana del lenguaje, o vice versa, un hispanohablante de América teniendo la experiencia aquella de España. En lo que considero ser la obra más parteaguas e importante de la carrera de Faúr – y ciertamente del pensamiento judío desde Maimónides, Golden Doves with Silver Dots [trad. Palomas de oro con motes de plata] (Indiana University Press, 1986), Faúr nos explica a nivel granular cómo la mentalidad judía y pagana-occidental procesa la realidad por medio del lenguaje, y provee un palimpsesto que mapea cómo la tradición de una comunidad lingüística es el único interprete de sus textos.
En el primer capítulo de su libro, titulado “Escritura y grafiti,” Faúr explora la relación de palabras como símbolos (grafiti-semiótica) y como la combinación de esos símbolos se transforma en comunicación (escritura-semántica). Las palabras en sí mismas, aunque conllevan su propio entender, carecen de significado cuando son independientes una de la otra, pero cuando se les junta en una oración ellas recobran un sentido único en su combinación, pero no igual a la suma de sus partes. En otras palabras, lo que llamamos semántica es simplemente palabras obteniendo valor dentro de una oración por medio de contextos específicos. “El lenguaje”, Faur nos advierte, “funciona como un tipo de ‘conductor’ transmitiendo la ‘mente’ del hablante.” (pág. 2)
Sin embargo, durante la transmisión existe ambigüedad. A pesar de que la intención sea que el lector entienda el significado correcto del texto, así “conociendo la mente del autor,” lo que actualmente sucede es un acto de interpretación, por medio del cual el lector hace una elección del sentido que recobra, así convirtiéndolo en un escribano/escritor (écrivain) sobre el texto que lee. Esto es lo que crea “significados múltiples dentro de un solo texto significante” (ibidem). Lectores distintos pueden ciertamente recobrar distintos entendimientos de un texto único.
Entonces nos explica de cómo la Toráh contiene “los símbolos nacionales de la multitud” concordados mutuamente entre el pueblo de Israel, los cuales requieren lectura e interpretación. Esta Toráh fue adquirida en el desierto, el cual en la mentalidad hebrea es el “espacio en blanco” donde los israelitas de antaño comenzaron a emanciparse de la esclavitud, y esto también es esencial a la escritura. Con esta última observación, es muy notable percatarse que a través de la historia judía los momentos más importantes de la creatividad literaria de Israel sucedieron en el exilio, que es una forma de desierto, el espacio en blanco: La Toráh siendo entregada en el desierto, la Mishnáh siendo formulada durante la destrucción romana de Judea; la Mishnéh Toráh después del exilio de Maimónides de España.
En contraposición a la experiencia hebraica, donde la combinación del grafiti-semiótica se presta a la escritura-semántica, existe otra forma donde el símbolo y lo que trata de comunicar en conjunto se funden, “el conocimiento de la semiótica involucra el conocimiento de la semántica” (pág. 8). Esto Faúr identifica con el pensamiento griego en la tradición de Platón, cuyo logos es una entidad que completamente se abarca, se auto gobierna, así conllevando a lo universal, a lo ideal. En el resto de la erudición faurista esto se empaca como monolingüismo, llamándonos la atención al hecho de que los griegos nunca aprendieron otro lenguaje (pág.7), ellos siempre podían juzgar a otras naciones en sus propios términos, pero nunca permitieron ser juzgados por otros.
Lo anterior conlleva a dos propuestas y desarrollos únicos en cada cultura, lo cual Faúr claramente describe muchas veces en varios matices. La experiencia hebraica permite una multiplicidad de entendimientos partiendo de un solo libro, mientras que la experiencia platónica griega busca la totalidad del significado a través de la multiplicidad de libros.
«Estos [dos] difieren en su giro. El Desierto del libro [para Israel] se extiende horizontalmente, es decir, sincrónicamente. Toma lugar cuando el hombre del Libro siente el silencio de los libros, el “desierto auto-creado” de Jabès y Canetti… Los “desiertos verticales de los libros” [para los griegos] se extienden diacrónicamente de una generación a la otra. Ya que estos desiertos deben su existencia a los mismos libros que conforman la “Librería total,”… la crisis se resuelve en cremación.» (pág. 9, mis corchetes)
La multiplicidad se despliega horizontalmente, mientras que la Totalidad se despliega verticalmente.
Esta última cita parece apuntar a la propensión edípica en la civilización occidental, donde cada ideología, filosofía, tendencia cultural o religiosa sucesiva atenta cancelar (cremar) a la anterior. Es siempre la “más avanzada” (señalando verticalidad) propuesta la cual va a prevalecer; así lo cree.
En la tradición judía, por medio de la lectura reflexiva de un solo libro, nada se pierde, nada se gasta.
Una peculiaridad del hebreo es que es un lenguaje consonántico – las vocales son formalmente excluidas en su escritura, lo cual fuerza al lector a suplir las palabras con vocales. Una vez más, es así como el lector judío de la Toráh llega a ser su escritor (écrivain). Segundo, en el acto de leer “Primero, uno ‘escucha’ la palabra y la ‘entiende’ y finalmente la ‘lee’ en el texto.” (pág. 12)
Esta lectura contiene dos niveles básicos, el peshát – que corresponde a lo semiótico, y la derasháh – que corresponde a lo semántico.
Lo que anteriormente Faúr describiría en Golden Doves como los “símbolos nacionales de la multitud” se refiere al peshát, que mucho más tarde él identificaría en la designación dada por Giambattista Vico como sensus communis, creando un hito a la manera que Maimónides lo describe:
«Para Maimónides el peshat es el sentido vinculatorio de la Torá (=de-oraita) y como consecuencia algo que cuenta con el consentimiento unánime de la comunidad de Israel. Una expresión sinónima del peshat anterior a la era común es dabar she-ha-Tsadoqim modim bo, “algo con lo cual los sadoquitas concurren;” en otras palabras, aquello que es aceptado por todos, incluso los sectarios (sadoquitas).» (Horizontal Society)
En Golden Doves, Faúr continúa:
«El propósito del peshat es exponer la mente del autor tal y expresado por el texto. La derashah interpreta el texto independientemente de la intención del autor.» (pág. 12)
Como notó el R. Samuel de Uceda (s. XVI) en su comentario a la Mishná ‘Abot III 18, citado por Faúr, la Toráh “nos fue dada como un regalo incondicional — para explicar e interpretar como deseáramos.” (pág. 13), así reforzando la exposición inicial básica de este artículo que el entendimiento pertenece a una comunidad lingüística solamente, y a nadie más.
Así que, el aplicar los valores lingüísticos de una comunidad lingüística hacia otra distinta llega a ser una violación a esa comunidad. Bajo esta luz, llega a ser claro que la interpretación de la Escritura por cualquier otra comunidad fuera del judaísmo, incluso la de los judíos sectarios, es ilegítima.
«Sin la tradición [judía] es imposible penetrar un texto al nivel semántico; así que este tipo de lector nunca puede esperar ser el Verus Israel. Ya que este tipo de interpretación involucra la violencia, la moralidad de tal lectura es esencial.» (pág. 15, mis corchetes)
Dentro de este capítulo, hay más explicaciones de cómo el Libro (i.e. la Toráh) se transmite a través de las generaciones, y el papel que juega la red peshat-semiótica/derasháh-semántica en su transmisión. Evita la imposición de una Totalidad, como en la tradición occidental, y permite lecturas variantes de un solo texto, así asegurando no solo la supervivencia de la Toráh, pero del pueblo de Israel al cual provee identidad.
Mas allá de elucidar lecciones importantes en este capítulo inicial, quería llamar la atención por medio de la cadencia del estilo de escritura de Faúr, en como él crea con maestría estos instrumentos de pensamiento, los cuales nos permiten desplegar la estructura de la tradición judía.
Mientras que la contribución de los Tannaím (10-220 E.C.) fue la de juntar todas las tradiciones orales de Israel en medio de la destrucción romana, y la de Maimónides en recuperar el sentido propio de las decisiones legales de los sabios del Talmud en un lenguaje conciso y terso – cuando sus respectivos mundos y épocas enfrentaban finales ominosos; conforme el mundo sefaradí se colapsaba durante su vida, la contribución por igual o más grande que Faúr nos dejó fue la de darnos las mismas herramientas (sus motes de plata) con las cuales nos permite leer la tradición (las Palomas de oro) en las propias maneras de como los Geoním y sus predecesores la entendieron.
Este colapso ha provisto el desierto con el cual su creatividad floreció, proveyendo una luz con cual construir un mejor futuro para Israel, y ser un ejemplo al mundo. Es nuestra decisión el tomar esta antorcha.
En memoria, a una semana de su fallecimiento.
Que el Dio’ bendicho consuele a los remanentes que lloran por Sión y Jerusalén.
המקום ינחם אתכם בתוך שאר אבלי ציון וירושלים